Esto es el Islam
Esto es el Islam: amor para todo cuanto Dios ha creado conforme a Sus órdenes. El ser humano, que mantiene vivo su cuerpo a base de comida y bebida, del mismo modo mantiene vivo su espíritu con la religión que eleva su vida al mundo de la virtud y lo aleja del mundo de los bajos instintos y los deseos, educa sus sentimientos y afina sus percepciones. En este pequeño libro trataremos una de las diferentes partes del romanticismo en la vida del Mensajero Muhammad –la paz y las bendiciones sean con él– con sus esposas, pues su misión profética fue una bella iluminación sobre todo el mundo en general, y sobre las mujeres en particular. Él elevó el estatus de la mujer, ensalzó su posición, obligó a que fuese respetada, hizo que dejara de ser tratada con injusticia y advirtió a la gente que no la maltratara. Antes de la llegada del Islam, las mujeres vivían marginadas, tal y como nos lo mostró ‘Umar Ibnu Aljattab, Emir de los creyentes y segundo califa del Mensajero de Al-lah –que Al-lah esté complacido con él– cuando nos dijo:
“¡Por Al-lah, en la época preislámica no teníamos en cuenta a la mujer para nada! Hasta que Dios reveló aleyas referentes a ellas y les otorgó lo que quiso” (transmitido por Albujari).
Cuando llegó el Islam, las directrices que este dispensó para las mujeres fueron claras. El Islam aclaró que la bondad del hombre y la perfección en sus buenos modales se completa con su buen trato para con las mujeres, pues el Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– dijo:
“El mejor de ustedes es quien mejor se porta con las mujeres” (hadiz valorado como fidedigno por Albani).
Así pues, la mujer obtuvo, con el amparo del Islam, un estatus elevado y una posición eminente que ni hombres ni mujeres llegaron a alcanzar en otras sociedades. El Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– amaba a la mujer como el ser humano que era, pues dijo:
“Las cosas que se me han hecho amar de este mundo son las mujeres y los perfumes; y la cosa con la que más dicha siento es con la oración”.
Ese es el amor que está envuelto por el sentimiento, el cariño y la ternura, pues el Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– dijo:
“Aconséjense mutuamente el tratar correctamente a las mujeres” (transmitido por Muslim).
Ese amor es el que protege los derechos de la mujer para que no los pierda y ordena el buen trato para con ella, honrarla y no humillarla, pues el Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– dijo:
“Sólo honra a las mujeres la persona honorable, y sólo las humilla el infame” (transmitido por Assuyuti).
El Islam ordena al hombre a tratarla con dulzura y a respetarla. El Mensajero de Dios –la paz y las bendiciones sean con él– dijo:
“En verdad, el mejor de los creyentes es el que mejores modales tiene y el que trata con más dulzura a su esposa” (transmitido por Attirmidi).
Ese amor es el que hace que el hombre se entregue a ella, se muestre dulce con ella y responda a sus necesidades. Anas Ibn Malik dijo:
“En una ocasión, una mujer que tenía una debilidad mental dijo: ‘¡Mensajero de Al-lah!, necesito algo de ti’. Él le respondió: ‘Dime en qué parte del camino deseas que nos detengamos para que me informes de tu necesidad y así poder ayudarte’. Entonces, se detuvieron a un lado del camino hasta que ella obtuvo lo que necesitaba” (transmitido por Muslim).
Igualmente, el Islam ordena ayudarla, hacerse cargo de ella y de su educación, y que se garantice la satisfacción sus necesidades. Dijo el Profeta –la paz y las bendiciones sean con él–:
“Aquel que se encargue de mantener a dos o tres niñas, o dos o tres hermanas hasta que se casen o mueran, estará junto a mí en el Paraíso, tal como estos dos [dedos] –e hizo un gesto con sus dedos índice y medio– independientemente del color de su piel, su raza, su tribu, su origen, su riqueza o su pobreza” (hadiz valorado como fidedigno por Albani). Abu Hurairah –que Al-lah esté complacido con él– dijo: “Había una mujer negra que se encargaba de limpiar la mezquita. En una ocasión, el Mensajero de Al-lah –la paz y las bendiciones sean con él– preguntó por ella pasados unos días. Alguien le dijo: ‘Ha muerto’. Entonces él dijo: ‘¡Ojalá me hubiesen informado!’. Entonces, se dirigió a su tumba y realizó la oración fúnebre para ella” (transmitido por Ibn Mayah).
El Islam dispuso a la mujer en su debido lugar, aquel del que había sido antes destituida. El Islam la hizo igual al hombre en todo, excepto en algunos preceptos legales, como la herencia, el testimonio y otros aspectos fundamentados. También hizo de la mujer parte del hombre y su complemento, pues el Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– dijo:
“En verdad, las mujeres son parte de los hombres” (transmitido por Abu Dawud).
Es más, el Mensajero de Al-lah –la paz y las bendiciones sean con él– la consideró como el mejor don de Al-lah en este mundo, pues dijo:
“Este mundo está lleno de goces, y el mejor goce en este mundo es una mujer virtuosa” (transmitido por Muslim).
E hizo de ella, igualmente, la llave de la felicidad y el seno de la intimidad en este mundo, pues el Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– dijo:
“Hay cuatro cosas que forman parte de la felicidad: una mujer piadosa, una casa amplia, un vecino piadoso y una buena montura” (transmitido por Almundiri).
También hizo de la mujer la mitad que complementa la otra mitad de la religión del hombre, es decir, la mujer piadosa, aquella que es la causa de la correcta orientación de su marido, ordenándole que practique los nobles modales y prohibiéndole la palabrería, pues el Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– dijo:
“Cuando el siervo se casa, habrá completado la mitad de su religión. Por ello, que tema a Dios con respecto a la otra mitad” (transmitido por Albaihaqi).
Del mismo modo en que el Mensajero de Al-lah –la paz y las bendiciones sean con él– amó a la mujer como ser humano, también la amó como madre y, por ello, ordenó que fuese respetada, exigió tratarla con piedad, ayudarla y encargarse de ella, e hizo que estas cosas fuesen causas que permitiesen la entrada en el Paraíso, pues dijo:
“El Paraíso se encuentra bajo los pies de las madres”.
También la antepuso al hombre –en este caso, al padre– en cuanto al respeto y el mantenimiento del vínculo familiar. Esta fue la orden que el Mensajero de Al-lah –la paz y las bendiciones sean con él– dio a un hombre que le preguntó:
“¡Mensajero de Al-lah! ¿Quién de entre las personas tiene más derecho sobre mí para que le dispense mi mejor compañía?”. El Profeta respondió: “Tu madre”. El hombre preguntó: “¿Y luego quién?”. El Profeta volvió a responder: “Tu madre”. El hombre volvió a preguntar: “¿Y luego quién?”. El Profeta respondió: “Tu madre”. El hombre preguntó de nuevo: “¿Y luego quién?”. A lo que el Profeta respondió: “Luego tu padre” (transmitido por Albujari).
Y así como el Mensajero –la paz y las bendiciones sean con él– amó a la mujer como madre, también la amó como mujer y declaró su amor cuando, en una ocasión, le dijo a ‘Amru Ibn Al‘as cuando le preguntó quién era la persona que él más amaba. El Profeta le dijo:
“‘Aishah”. “Yo le pregunté otra vez: ‘¿Y de entre los hombres, a quién?’. Él respondió: ‘A su padre’. Yo volví a preguntar: ‘¿Y luego, a quién?’. Él respondió: ‘A ‘Umar’, y citó nombres de otros hombres. Entonces, no quise preguntarle más por miedo a que me citase a mí de entre los últimos a quienes amaba” (transmitido a Albujari).
Así también, el Mensajero de Al-lah –la paz y las bendiciones sean con él– amó a la mujer como hija. ‘Aishah –que Al-lah esté complacido con ella– dijo:
“No he llegado a ver a alguien más parecido al Mensajero de Al-lah en su manera de proceder, en su manera de señalar, en su manera de andar, en su manera de levantarse y de sentarse, que Fátima, la hija del Profeta. Cuando venía a ver al Profeta –la paz y las bendiciones sean con él– se levantaba, la besaba y la sentaba a su lado. Y cuando él iba a visitarla, ella era quien se levantaba de su sitio, lo besaba y lo hacía sentarse en su sitio” (transmitido por Attirmidi).
Este exquisito trato que el Profeta tenía con todos –y especialmente con las mujeres– era producto de esa directriz divina que ordena la dulzura, la delicadeza, la compasión y el respeto hacia las mujeres, pues Al-lah –ensalzado sea– dijo:
“… traten amablemente a las mujeres en la convivencia. Y si algo de ellas les llegara a disgustar [sean tolerantes], puede ser que les desagrade algo en lo que Dios ha puesto un bien para ustedes” (sura Las mujeres: 19).
Dijo Ibn Kazir en su exégesis: “Esta aleya significa: Diríjanse a ellas con buenas palabras, y embellezcan sus acciones y su aspecto tanto como puedan, del mismo modo que a ustedes les gusta que ellas lo hagan; así, trátenlas con equidad, tal y como dijo Al-lah –ensalzado sea–:
“Ellas tienen tanto derecho al buen trato como la obligación de tratar bien a sus maridos” (sura La vaca: 228).
Este sublime trato hacia la mujer es el resultado de la creencia que tiene el musulmán, no porque que tenga miedo a algún sistema que pueda castigarlo si no lo lleva a cabo. Los compañeros del Mensajero de Dios –la paz y las bendiciones sean con él– se apresuraban en llevar a la práctica este método y estas directrices divinas. Ibn ‘Abbas –el gran erudito de esta comunidad– dijo:
“Yo me acicalo para mi mujer del mismo modo en que ella lo hace para mí. Y no me gusta exigirle todo derecho que tengo sobre ella, pues ello supondría –automáticamente– el que ella me exigiese todos los deberes que yo tengo para con ella; pues Al-lah –ensalzado sea– ha dicho:
“Ellas tienen tanto derecho al buen trato como la obligación de tratar bien a sus maridos”.
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La armonía del romanticismo, las buenas relaciones, la bondad y la tolerancia mutua es el método que el verdadero musulmán sigue, aplica, practica en su actuar y promueve, en cumplimiento de los mandatos de Al-lah. El Imam Ahmad Ibn Hanbal, que Al-lah lo tenga en Su misericordia, aconsejó a su hijo el día en que se casó, enseñándole los derechos de su esposa sobre él, diciéndole: “¡Hijo mío! No obtendrás la felicidad en tu hogar sino con diez cualidades que debes conceder a tu esposa. ¡Obsérvalas y esfuérzate en practicarlas!”.